A lo largo de los últimos días, como antesala a la jornada feminista del 8 de Marzo, he leído con la alegría de quien se siente acompañada varios textos que llaman la atención con respecto a la relación interseccional existente entre las luchas históricas de las mujeres y las de los derechos de las personas con discapacidad. Puedo resaltar reflexiones como las de Anita Botwin, Elena Prous o el manifiesto de las Mujeres del Movimiento de Vida Independiente desde España, junto a mujeres con diversidad funcional, sensorial, cognitiva y mental, madres de hijas e hijos con diversidad funcional y feministas desde la diversidad funcional. Sus voces se unen también al trabajo constante de agrupaciones como la Colectiva Polimorfas en Colombia, el Movimiento de Sordas Feministas en Argentina y otras tantas a lo largo del continente, para convocar a una huelga llena de matices. El llamado de estos colectivos activistas es claro: “realizar una reflexión desde las filas feministas para saber si estamos integrando a las mujeres con diversidad funcional y sus propias realidades” (Anita Botwin).
Las demandas de estos activismos son por lo menos lógicas, sobre todo cuando las pocas estadísticas con las que se puede contar arrojan datos de una realidad alarmante: al menos una de cada tres mujeres en condición de discapacidad es víctima de violencia sexual y machista. Esa situación se agrava debido a la precarización laboral que las obliga a permanecer en espacios de encierro en donde se perpetra la mayor parte de ataques y abusos por parte de familiares y cuidadores. Debido a las políticas públicas que en varios países obligan a las empresas a contratar una cuota de trabajadorxs con discapacidad, muchxs de ellxs, especialmente mujeres, son puestas en nómina pero no las obligan a asistir a sus lugares de trabajo. Estos casos resuenan como murmullos que no llegan a estallar en datos reales que a los gobiernos no les interesa ni publicar ni analizar.
La situación de precarización laboral se extiende también a las mujeres cuidadoras de hijas e hijos con discapacidad. En España empieza a hablarse de la figura de la Asistencia Personal, para reconocer el trabajo de muchas mujeres que, como yo, debemos cuidar de nuestros hijxs diversxs, lo cual redunda en la afectación de nuestra vida laboral. En Ecuador, las leyes se han establecido para que las mujeres cuidadoras de personas con discapacidad que reciben el bono Joaquín Gallegos Lara no puedan hacer otra actividad distinta a la del cuidado ni aspirar a mejorar sus ingresos pues, de lo contrario, pondrían en riesgo el bono recibido. Las que vivimos en medio de ciertos privilegios y no recibimos el bono, sin embargo, no tenemos una mejor situación: nuestras oportunidades laborales se ven siempre condicionadas por un trabajo de cuidado que dispone de nuestro tiempo de forma indistinta, un trabajo que no se reconoce como tal. Un trabajo que en muchos casos se perpetuará de por vida y que los imaginarios sociales perciben como labor connatural a nuestra maternidad: una maternidad que se concibe erróneamente como admirable, doliente y sacrificada.
Por todo esto, añoramos un activismo reflexivo en Ecuador. Los temas que apuntan a esta interseccionalidad entre feminismos y discapacidad no pueden seguir siendo ajenos, y algunas los hemos tratado ya en ciertos espacios más bien cercanos a la academia. Hace algunos años, gracias a los esfuerzos de diálogo interseccional llevados a cabo por Cristina Burneo Salazar, logramos incluir el tema de la discapacidad en la agenda de la Plataforma Nacional de Mujeres y hemos procurado llamar la atención sobre la necesidad ineludible de considerar con seriedad y profundidad el tema de la discapacidad en las discusiones con respecto a la despenalización del aborto. La misma Cristina me ha comentado también sobre un grupo de madres de hijxs con discapacidad que trabaja colaborativamente en la zona de Cayambe. Sin embargo, aún no hay un activismo resonante desde las mismas mujeres diversas que tome la batuta de estas y otras discusiones.
Quiero llamar la atención al respecto porque algo debe quedar bien claro: la idea de que Ecuador es un modelo en la defensa de los derechos de las personas con discapacidad está tan acríticamente asumida que la gran mayoría de personas no pone en duda que esos derechos se cumplan, peor aún los derechos de las mujeres con discapacidad y sus cuidadoras. Esa idea paradisíaca nos ha hecho mucho daño. Ahora mismo está vigente un reglamento sobre los derechos sexuales y reproductivos de las personas con discapacidad que nadie discute. El gobierno parece tener todos estos aspectos bajo control, a espaldas de lxs propixs interesadxs.
Es necesario decirlo sin tapujos: el supuesto paraíso para las personas con discapacidad, usado por Correa como discurso de campaña a lo largo de una década y sostenido aún hoy por el entonces vicepresidente y actual presidente Lenin Moreno, ha amortiguado a las personas con discapacidad y sus familias hasta tal punto de que en Ecuador ni siquiera se discuten leyes que ya han sido aprobadas en países tan cercanos como Perú y Colombia, gracias al trabajo de las organizaciones civiles. El gobierno ha logrado que la idea de la discapacidad siga atada a una labor social de tipo asistencialista, enmarcada en nociones de ternura, valentía y caridad que prefiguran una zona de confort para las organizaciones de padres y madres y, peor aún, para muchas personas con discapacidad. Discutir en grandes congresos y encuentros los temas sobre inclusión y accesibilidad se ha transformado en el método para tranquilizar muchas conciencias. Las violencias en contra de los cuerpos diversos siguen sucediendo de manera escandalosa, así como los abusos laborales, ante la complicidad de un sistema aún patologizador.
Pero tenemos rampas… y algunas dan al mar.
Hace un par de años traté de convocar a algunas mujeres con discapacidad y cuidadoras a la marcha en contra de la violencia de género. Estuvimos pocas, muy pocas, y la organización por bloques preestablecida nos aisló aún más. En todo caso, seguiremos luchando por ser visibles. Aspiro que así sea y que nuestros cuerpos incómodos, tan incómodos como nuestras demandas, se colen por todas partes, contaminando todos los bloques constituidos. Si la discapacidad es anomalía y trastorno, que trastornemos y rompamos con el presunto equilibrio de cualquier huelga. Elena Prous lo dice mucho mejor:
“Enemigos de la diversidad, de lo que os desagrada mirar, hijos de la eterna salud y la belleza normativa al más puro estilo saludable y sin olores: temblad, porque un montón de diversas combativas, subnormales en lucha y discapacitadas desobedientes estamos entre vosotros, gestando la revolución en nuestras conexiones neuronales, en nuestros sueños húmedos y en realidades cárnicas entre nuestras sábanas mientras damos las gracias con eternas sonrisas. Abre tus ojos, afina tus oídos o palpa nuestra piel, este 8 de marzo también estamos”.
Que sea de a poco. Haremos camino al rodar. (ksm)